domingo, 10 de enero de 2010

Paradigma de la Organicidad (3/3)


Parte 3

La sintomatología del progreso
- Eliminación de la biodiversidad
- Agresión a los procesos de autorregulación
- Mecanización
- Desintegración Orgánica
- Toxicidad
- Alejamiento de la naturaleza
Maternidad y Ecología



PARADIGMA Y REALIDAD
Por Juan Ortega
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La evolución consciente es la única posible. Nada evoluciona de forma mecánica. Sólamente la degeneración y la destrucción proceden mecánicamente. Gurdjieff.

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La sintomatología del progreso.
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Entendemos que un paradigma de pensamiento implantado en una sociedad adquiere una consistencia material propia, y se retroalimenta dialécticamente con la práctica social. Es un elemento del sistema tan físico y real como la producción económica[26].
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Una vez asimilado, el paradigma dominante cumple la función para la que en su origen fue diseñado conscientemente, sin necesidad de que quienes lo materializan en la práctica sean conscientes de dicha función, que en este caso no es otra que la dominación sobre la naturaleza, la mujer, las clases inferiores, y las culturas no occidentales (SHIVA, V. 1995, 2001). Su mecanismo de acción es la eliminación de la autorregulación, la integración orgánica, la diversidad, y la fenomenología sutil de nuestro código interpretativo, que es prácticamente lo mismo que eliminarlas de nuestra percepción. De esta forma, aunque se aluda directamente a ellas continúan sin ser percibidas por la simple razón de que no se comprende su significado.
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La sociedad basada en relaciones de dominación es históricamente anterior al paradigma, pero tras la implantación de este último se ha intensificado exponencialmente en el tiempo y el espacio, expandiendo su influencia por todas las áreas geográficas, ecosistemas, sociedades humanas, y aspectos de las relaciones sociales, la producción económica y la vida cotidiana que hasta entonces habían permanecido en alguna medida protegidas. A este proceso expansivo se le ha designado publicitariamente el nombre de progreso, denominación que cumple la función de ocultar su verdadera cualidad al identificarlo con una supuesta mejora en las condiciones de vida (y, por supuesto, sin especificar la vida de quién)[27].
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Aunque podamos rastrear el origen de este fenómeno expansivo (por simplificar, progreso a partir de ahora) en la historia antigua, lo cierto es que en los últimos 500 años, coincidiendo con el paradigma reduccionista del occidente moderno, ha alcanzado, desde una perspectiva planetaria, el nivel de metástasis. Entendiéndolo, sin juicios de valor, como una dinámica de crisis (o evento de transformación, si trasladamos el principio holístico de enfermedad en organismos al planeta como ser orgánico), estamos ahora en condiciones, tras lo expuesto anteriormente, de identificar sus síntomas.
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Eliminación de la diversidad: Se manifiesta en dos vertientes, la eliminación de la biodiversidad y la eliminación de la diversidad cultural. Sobre la primera no parece necesario insistir, pues es de sobras conocida la extinción masiva de especies que tiene lugar en la actualidad, si bien la gravedad del fenómeno sólo es comprendida comúnmente a nivel emocional. La segunda requiere, en cambio, de ciertas aclaraciones.
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La evaluación de la diversidad cultural de una región puede llevar a confusión si no se toma en cuenta las diferentes categorías de diversidad. Al igual que en el mundo natural encontramos diferentes categorías o taxones (orden, familia, género, especie, subespecie…) en función su parentesco, este concepto se puede aplicar de manera análoga para cualquier elemento cultural. Por ejemplo, el continente europeo puede aparentar gozar de una enorme diversidad cultural, pero en realidad todas sus lenguas y dialectos, a excepción de las urálicas y el euskera, pertenecen a una sola superfamilia lingüística. Posee apenas tres sistemas metafísicos integrados en sus sociedades (católico, protestante, y mecanicista), y los tres, muy emparentados, pertenecen a estados muy avanzados del desarrollo del patriarcado o sociedad de la dominación. Con ligerísimas variantes, existe un único modelo de familia y sistema de parentesco, nucleado en la pareja monógama, y, con la excepción de los lapones, han desaparecido todas las culturas indígenas medianamente integradas de forma orgánica en la naturaleza[28].
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La lengua es quizás el elemento cultural en el que es más fácil visualizar las categorías de diversidad. Por ejemplo, sólo en el estado de Oaxaca, México, encontramos más familias lingüísticas que en todo el continente europeo, y en Nueva Guinea la densidad es aún más alta, con áreas de 50 km de radio que contienen un número todavía mayor de familias. Se trata de un indicador interesante, pues en palabras de la paleolingüista Johanna Nichols la máxima diversidad lingüística se da en zonas tropicales, costeras, y sin historias imperiales duraderas. La mínima se da en zonas secas o bien estacionales de altas latitudes, y donde ha habido estados o imperios por largo tiempo (NICHOLS, J. 1995). Esta correlación inversa entre diversidad lingüística y desarrollo de la sociedad de dominación puede aplicarse al resto del acervo cultural.

La eliminación de diversidad, y en concreto la homogenización cultural, es un síntoma específico del progreso, que alcanza su máximo desarrollo en Europa y EEUU[29]. En los últimos 500 años este síntoma se ha disparado por todo el planeta con la expansión colonial y post colonial de los estados europeos, y actualmente de las grandes corporaciones transnacionales, que han supuesto la aniquilación de incontables culturas, bosques, y poblaciones humanas y animales.
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La falta de comprensión acerca de la función primordial de la diversidad como base de la autorregulación afecta de lleno a los medios de producción. El 90% de las variedades de cultivo del planeta ha desaparecido con el advenimiento de la agroindustria a lo largo del siglo XX, con un profundo impacto en la autorregulación de los ecosistemas humanizados, concretamente en el control de plagas y la desertización. Esta desaparición de diversidad, lejos de detenerse, experimenta un nuevo avance a raíz de la implantación de la tecnología transgénica (SHIVA, V. 2001). Los controles de calidad no tienen en cuenta la riqueza que genera la diversidad en torno al origen de un producto. Por ejemplo, en la leche el principal control de calidad se basa en el conteo de colonias bacterianas por mililitro (evidentemente se considera que cuantas menos bacterias mejor), y el resultado es que las leches procedentes de vacas estabuladas y alimentadas con pienso obtienen la máxima categoría. La leche de pasto procede de una alimentación diversa en especies vegetales y una vida sana, pero esta riqueza no se veía reflejada en los controles de calidad, que en España la relegaron hasta casi su extinción total, y sólo muy recientemente, tras décadas de lucha por una reglamentación favorable a los productos ecológicos, ha comenzado tímidamente a resurgir.
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Agresión a los procesos de autorregulación: Síntomas de progreso son las normas sociales, hábitos de conducta, e intervenciones agresivas que limitan o paralizan los procesos de autorregulación de la fenomenología orgánica en beneficio directo o indirecto de la acumulación localizada de dinero y poder político, o, en jerga económica, la generación de plusvalía. Todas las sociedades históricas y actuales basadas en relaciones de dominación siempre se han construido sobre conductas culturales que bloquean de una forma y otra el desarrollo natural de la sexualidad (entendida en un sentido amplio), que es la más importante base fisiológica de la sociabilidad humana (RODRIGÁÑEZ, C. 2007).
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En la agricultura, que está en la base de la producción humana, se ha pasado de los métodos medianamente agresivos de la agricultura tradicional, a unos altamente agresivos con el advenimiento de la llamada “revolución verde” en la segunda mitad del siglo XX, de graves consecuencias para la autorregulación de los ecosistemas humanizados, como la desertización, mayor impacto de las plagas, contaminación de las aguas, y pérdida de recursos naturales periféricos entre otras. Estos trastornos han sido, después de la guerra, el segundo factor causal más importante de las grandes pandemias de hambre que han asolado el planeta durante los últimos 50 años (SHIVA, V. 2001). El siguiente paso, la intervención a nivel molecular de la base de la economía alimentaria globalizada, comenzó hace una década y el alcance de su impacto es aún impredecible.
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En la salud, ontogenia, y desarrollo personal, las intervenciones, hábitos, y normas impuestas contra los procesos de autorregulación del organismo son innumerables, procedentes de campos tan diversos como la medicina general, la psiquiatría, la obstetricia, la pediatría, la educación, la formación académica, la religión, y el trabajo asalariado por citar algunos (RODRIGÁÑEZ, C. 2007). El sistema educativo juega un importantísimo papel, eliminando el tiempo libre necesario para la autorregulación del desarrollo en la infancia y la adolescencia, homogeneizando por edades la diversidad natural de procesos de crecimiento, y programando la actividad diaria de forma mecánica (FLÓREZ, I. 2008).
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En el plano gaiano, podemos redefinir el cambio climático como un debilitamiento de la capacidad autorreguladora del planeta debido a la desintegración metastásica de importantes ecosistemas como los bosques o las praderas marinas, y elementos geológicos de función desconocida como los pozos de petróleo.
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Mecanización: El proceso por el cual se limita progresivamente la capacidad de autorregulación de un organismo puede ser apropiadamente denominado mecanización. Un organismo se distingue de una máquina ante todo por su capacidad de autorregulación e integración, y su diversidad de formas y funciones. Íntimamente relacionados con estos aspectos son la no rigidez y el cambio o evolución coherente. La máquina necesita asistencia externa para su mantenimiento, y su actividad es determinada y programada por fuerzas externas. Además, genera grandes cantidades de entropía durante su fabricación, funcionamiento, mantenimiento, y reciclaje, por no ser un elemento integrado orgánicamente. Un niño, niña, hombre o mujer que ve mermado hasta el mínimo su capacidad de autorregulación, se equipara en comportamiento a una máquina, ya que la autorregulación es parte necesaria e indesligable del resto de las cualidades orgánicas.
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Típicamente, la persona mecanizada presenta todo tipo de rigideces a nivel mental, emocional, y físico que consumen gran parte de su economía energética. Al detectar estas rigideces, Reich acuñó el término “coraza caracteriológica-muscular” (REICH, W. 2005). De la mano de este acorazamiento se da también un crecimiento hipertrófico del inconsciente y una reducción proporcional del psiquismo consciente, por lo que las personas se vuelven cada vez más inconscientes de su propia realidad a lo largo de su desarrollo. Casi omnipresentes en este contexto son un tipo de rigideces que solemos denominar “adicciones”, que desencadenan invariablemente la producción de grandes cantidades de entropía. Del mismo modo la práctica agroindustrial mecaniza la tierra y las especies de cultivo al eliminar sus vías naturales de autorregulación, dependientes de la diversidad que es también eliminada. Las especies cultivadas se vuelven así altamente dependientes de la intervención externa (FUKUOKA, M. 1999).
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Desintegración orgánica: Integración y Autorregulación son un mismo fenómeno observado a diferentes escalas. Integración hace referencia a las relaciones entre los elementos que conforman un sistema, y autorregulación se refiere a un sistema como unidad. El paradigma reduccionista actúa desde la ignorancia fáctica de este fenómeno, ejerciendo una influencia decisiva sobre la vida cotidiana, la planificación social, y la cualidad de la producción tecnológica. El resultado de toda actividad no integrada es la producción de entropía.
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En las relaciones sociales, la expresión más radical de la no integración es el individualismo, en el cual, a través de la competencia, se basa todo nuestro sistema socioeconómico (ABDALLA, 2007). El comportamiento no cooperativo y la economía individualizada suponen un derroche energético extenuante para la mayoría de las personas y para los ecosistemas. El individualismo alcanza a su vez su versión más desarrollada en la que es también la máxima expresión de la no integración en la relación con los medios de producción: La ciudad moderna, megaestructura que subsiste mediante el vampirismo energético de la naturaleza y la energía vital de las personas.

Aquí el progreso ha generado un tipo especial de materia no integrada orgánicamente en el ecosistema humanizado, que se denomina basura. La basura, tal y como se concibe hoy, tiene una aparición muy reciente en la historia de la humanidad. En la naturaleza no existe la basura, ya que la materia está dinamizada, en reciclaje constante, viajando de uno a otro de los elementos integrados del sistema (agua, suelo, bacterias, hongos, plantas, animales), y lo mismo ocurre en los sistemas agrarios y tecnológicos tradicionales. La extracción y traslado de materia de este sistema dinámico a un sistema inercial, acumulativo, actúa como homogeneizador de la diversidad natural de cualidades y funciones: Lo que era una multitud diversa de seres y objetos, pasa a ser una sola cosa: Basura.
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Tanto el comportamiento no cooperativo como la producción de basura son, como siempre, síntomas que alcanzan sus cotas más altas en los países más avanzados del progreso (de más a menos Estados Unidos, Europa, Japón…).
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Todo elemento no integrado orgánicamente en un sistema genera entropía. En consonancia con la metafísica del omnipresente paradigma mecanicista, según la cual toda transformación energética implica un aumento de entropía, nuestro sistema agrario, nuestro sistema sanitario, urbanismo, arquitectura, organización social, actividad industrial, nuestro modelo socioeconómico… son todos ellos poderosos generadores de entropía. Y todos ellos se hallan bajo una dinámica mecánica, inercial, ascendente en progresión geométrica, en lo que ha sido definido como Crisis de la entropía[30] (RIFKIN, J.1990). Manifestaciones por excelencia de la entropía que genera el progreso son la basura, la polución, y la toxicidad.
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Toxicidad: Una toxina es una sustancia no integrada orgánicamente en el sistema donde se aloja. Genera por tanto entropía, y a partir de determinadas cantidades debilita la capacidad autorreguladora del sistema. Este principio se puede aplicar de forma no dualista a todas las manifestaciones de la materia, la energía, y la información. Así, existen las toxinas químicas (productos industriales), físicas (radiaciones), emocionales (traumas, miedos inconscientes), psíquicas (saturación de datos, engaños, pensamientos parásitos), todas ellas procedentes en última instancia de agresiones al sistema orgánico en cuestión[31] (ya sea célula, organismo, o ecosistema).
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El sistema orgánico se depura de toxinas bien drenándolas, bien metabolizándolas, o bien atrapándolas en tejidos especializados, actividades todas ellas que consumen grandes cantidades de energía. La eficacia de estos sistemas tiene un límite, y las toxinas se van acumulando en diferentes lugares, ensuciando y afectando al rendimiento autorregulador del conjunto. Y esto es lo que ocurre en el organismo humano: Por un lado, la depuración de las toxinas químicas y el stress psíquico y emocional consumen cantidades ingentes de energía y generan un estado crónico de desvitalización (anorgonosis, en terminología reichiana), y por otro la suciedad del sistema afecta a su rendimiento (por ejemplo, la suciedad del epitelio intestinal impide la correcta asimilación de los nutrientes). Esto nos hace vivir en un estado de sobredemanda energética que multiplica nuestra tasa de consumo de recursos (por ingesta masiva de hidratos de carbono, proteína, y grasas) y acelera de este modo la producción de entropía. Aunque se diga a menudo que estamos sobrealimentados, lo cierto es que en realidad estamos intoxicados, y nos proveemos un aporte energético acorde con nuestras necesidades[32].
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La depuración tóxica es un proceso complejo que en ocasiones altera el equilibrio de las poblaciones microbianas generándose lo que llamamos infección. El comportamiento social mecanizado aporta la rigidez necesaria (por ejemplo, la obligación de acudir al puesto de trabajo sobre casi cualquier circunstancia) para interrumpir este proceso autorregulador de desintoxicación.
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La alteración de las poblaciones microbianas recibe el nombre de infección en los organismos, y en el caso de los ecosistemas se llama insalubridad. En ambos casos, hay dos soluciones básicas[33]: Detener el flujo tóxico (en todas sus manifestaciones) para hacer posible la restauración del equilibrio del sistema, o bien destruir los microbios con productos tóxicos, lo cual traslada de lugar el problema, además ser una solución evidentemente provisional ya que no trata la causa que está enfermando, y por tanto la enfermedad seguirá manifestándose de una u otra manera.

Enfermedades crónicas y degenerativas: El resultado concreto de la mecanización y la intoxicación física, mental, y emocional de la población humana es la producción masiva de enfermos crónicos, altamente manipulables y dependientes del sistema sanitario, el consumismo compulsivo, y otras costumbres e instituciones generadoras de poder y plusvalía (LANCTOT, G. 2002).
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A lo largo del siglo XX, el cáncer ha multiplicado por 20 su incidencia (medida en muertes por cada mil habitantes), y sigue en aumento. Encontramos números similares para enfermedades coronarias, psiquiátricas (especialmente depresión y esquizofrenia), y degenerativas en general. En el plano emocional, se manifiestan los sentimientos crónicos de soledad y sufrimento; en el mental la neurosis y la psicosis, y en el físico la degeneración de los tejidos. Todo ello se puede resumir como desvitalización.[34]
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Estas realidades se mantienen en un estado de invisibilidad latente. El principio de manipulación histórica y propaganda del progreso que monopoliza los medios de comunicación, la docencia, y libros de texto, vende con efectividad la imagen de una mejora en la calidad de vida con el desarrollo de la moderna civilización occidental. La literatura médica y científica, por extensión de este principio, oculta y tergiversa la información relacionada con la evolución de la salud y la enfermedad en la sociedad moderna, (ILICH, I. 1975, MARÍN, J.M. 2007, LANCTOT, G. 2002).





Alejamiento de la naturaleza: Estas cuatro palabras resumen todo lo expuesto anteriormente. En la medida en que nos separamos de la naturaleza, acontece todo lo demás: Entropía, desintegración, toxicidad, basura, individualismo, cronificación de enfermedades... Esto no significa que la salud y el equilibrio supongan renunciar a la tecnología, sino que habría que cambiar la cualidad de la tecnología producida. Desde la revolución industrial, toda la tecnología producida en masa es de carácter entrópico, pero existen campos de investigación y práctica alternativos (permacultura, bioconstrucción, energías libres), amén de gran cantidad de técnicas tradicionales perfectamente armónicas con el medio.
El principio de tecnoadicción que desarrolla Stephen Boyden en su análisis biológico de la historia, pone de manifiesto que las “soluciones versátiles de la vida moderna y el progreso tecnológico” que consumimos habitualmente, en realidad lo que solucionan son problemas que el mismo progreso creó en algún punto de su historia. Además, cuando una tecnología se implanta, rápidamente la sociedad se hace adicta a ella, en el sentido de primera necesidad, lo cual nos da una idea (entendiendo la adicción como rigidez) de la profunda mecanización inercial en la que vivimos (BOYDEN, S. 1987).
Pero el alejamiento de la naturaleza supone, ante todo, el aislamiento de las energías sutiles que por ella fluyen, y que generan movimiento de materia y energía en contra de la inercia termodinámica de la entropía.
Finalmente, tras todo este acecho a la fenomenología orgánica y la sintomatología del progreso, quizás ahora nos encontremos más cerca intuitivamente a la cuestión que se planteaba al comienzo del segundo apartado de este trabajo: ¿porqué todo lo que fabricamos por procesos industriales (fibras sintéticas en contacto con la piel, productos químicos en la comida, y agricultura, electrodomésticos que emiten radiaciones, coches que emiten gases tóxicos, etc.) es nocivo para la salud y el medioambiente.


Maternidad y ecología

El título de estos cursos hace referencia a la íntima relación y correspondencia existente entre la fenomenología a nivel de organismo (salud) y la fenomenología a nivel de ecosistema o incluso planetario (ecología).
La racionalidad y tradición intelectual del occidente moderno, siempre tendente al análisis de las partes aisladas de su contexto tanto en el plano físico (por medio de las creación de las denominadas “condiciones de laboratorio”) como en el abstracto (por medio de la sobreespecialización de las disciplinas de estudio), ha empañado en gran medida la capacidad de percepción de este tipo de correspondencias[35]. Las jergas y códigos interpretativos de las diferentes disciplinas de investigación carecen de elementos útiles para abordarlas. La extrema pobreza de visión de conjunto que consecuentemente se genera, ha tenido y sigue teniendo un profundo impacto tanto en el ámbito de la maternidad como en el de la ecología. En el paradigma de la organicidad, en cambio, salud y ecología son inseparables, porque como homólogos o sinónimos de autorregulación e integración, son en realidad un mismo fenómeno visto a diferentes escalas. Solo se autorregula lo que está integrado, y sólo se integra lo que está autorregulado; salud y ecología dependen mutuamente una de la otra.
La maternidad ocupa un lugar central en esta interrelación. Es la función biológica más determinante de las primeras fases del desarrollo ontogénico, y por tanto de la salud, la formación de la psique, y la capacidad socializadora (es decir, la capacidad de establecer relaciones humanas de integración orgánica). La sociedad del progreso, o sociedad de la entropía, sólo es posible desde la mecanización de la maternidad, debido al inmenso potencial autorregulador e integrador de ésta. El debilitamiento de este potencial se da de tres formas (RODRIGÁÑEZ, C. 2008):
-La intervención agresiva directa sobre los procesos de autorregulación en la maternidad y la crianza, que tiene lugar en la práctica ginecológica, obstétrica, y pediátrica, así como en las normas sociales y familiares estandarizadas. La sociedad occidental moderna es la más intervencionista y menos respetuosa con la función biológica de la maternidad y la crianza natural.
-La mecanización de la propia mujer a través del bloqueo al desarrollo de su sexualidad. La intervención en los procesos de autorregulación en el desarrollo de la mujer se da de la misma manera que en el hombre (a través de las prácticas institucionalizadas durante la etapa primal, de la educación durante la infancia, y de la apropiación de la salud por la clase médica durante toda la vida) pero con un mayor énfasis en el desarrollo de sus funciones sexuales. El mecanismo principal es la desaparición de la sexualidad materno-infantil y la función sexual del útero de nuestro código interpretativo, y por tanto, de nuestra percepción. La sexualidad materno-infantil era, nuevamente, un fenómeno bien conocido en todas las culturas antiguas, incluso en las primeras sociedades de la dominación, donde la represión de esta función autorreguladora se realizaba por medio de la fuerza. A través del tabú del sexo ha ido desapareciendo poco a poco de la mentalidad y las expresiones culturales, hasta llegar a su invisibilidad más absoluta con el paradigma reduccionista de la civilización moderna. Una vez más, el pionero organicista Wilhelm Reich ya estableció la desvitalización del útero y la sexualidad materno-infantil como raíz y piedra angular de la desarmonía y entropía social.
-Alejamiento de la naturaleza y desintegración del tejido social en el medio urbano e individualista. La maternidad, al igual que cualquier proceso biológico, cumple su función ecológica de integración en un contexto orgánico, que no puede realizarse en un contexto de no integración en las relaciones de sus elementos. La organización social individualista hace que la crianza sea costosísima energéticamente para madres y padres, y el alejamiento del contexto natural en el que toda la materia es reciclada y dinamizada genera grandes cantidades de basura y toxicidad en forma de pañales, plástico, y productos de limpieza entre otros. Pero por encima de la falta de apoyo material que proporcionaría una comunidad, está el stress psíquico generado por la sensación de inseguridad y soledad, acentuados por el ostracismo social que conlleva la práctica de la maternidad en este medio. A su vez, el bloqueo de la función maternal favorece la formación de psiques reproductoras del orden social competitivo e individualista (RODRIGÁÑEZ, C. 2008).
Vemos aquí una relación recíproca de retroalimentación entre maternidad y ecología: La degeneración de las relaciones humanas debilita a la maternidad, y a su vez la degeneración de la maternidad debilita las relaciones humanas (desde la perspectiva organicista, entendemos las relaciones humanas como parte de la ecología).

A nivel físico, psíquico, y emocional existe, por un lado, una cierta homología entre la relación con la madre y la relación con el propio cuerpo o integridad física, y por otro, entre la relación con el cuerpo y la relación con la Madre Tierra[36].

La primera de estas homologías ha sido ampliamente documentada a lo largo de las cinco anteriores ediciones de estos cursos. Los estudios epidemiológicos de Michel Odent muestran una correlación estadísticamente significativa entre circunstancias concretas del embarazo, parto, y etapa primal (los episodios de relación más intensa con la madre) y procesos autodestructivos en la edad adulta como alcoholismo, drogadicción, anorexia, criminalidad, o suicidio (ODENT, M. 2001). Odent explica que la capacidad de amar, que evidentemente implica la capacidad de amarse a uno mismo, depende en gran medida del desarrollo durante la etapa primal; afirmación que viene apoyada por una extensa literatura científica sobre neurofisiología del desarrollo y un consistente cuerpo de datos experimentales (RODRIGÁÑEZ, C. 2008). Destacaré aquí el trabajo de Nils Bergman, por su esclarecedora síntesis de información procedente de la neurología, la pediatría, y la biología evolutiva (BERGMAN, N. 2005).

En cuanto a la segunda homología, en estos tiempos en los que tanto la salud de nuestros cuerpos como la de la Madre Tierra reciben una agresión constante, resulta muy sencillo de comprobar observando cualquiera de nuestras acciones cotidianas. Como pequeño ejercicio, podemos repasar una a una las opciones de la siguiente lista y reflexionar sobre la cualidad de su efecto en nuestra salud psíquica y física, por un lado, y en la ecología por otro:
-Comer productos naturales frescos, locales, y de temporada / Comer productos procesados industrialmente, importados, y/o embalados en plástico
-Usar la bici, subir las escaleras / Usar el coche, coger el ascensor
-Gozar de una lactancia prolongada / Alimentarnos con leches especializadas de origen industrial

Se han escogido ejemplos de fácil visualización, pero una reflexión a nivel profundo del contenido aquí expuesto debería llevarnos a las siguientes conclusiones: 1-Toda agresión a la salud es también una agresión ecológica, y viceversa; y 2-Toda agresión a la relación con la madre es una agresión a la salud y a la ecología, y viceversa. Por tanto la restauración del equilibrio en la salud, la maternidad, y la ecología son completamente indesligables entre sí, y se necesitan mutuamente. La plena recuperación funcional de la maternidad y la sanación de las relaciones sociales y ecológicas requiere de una evolución consciente, de la cual el cambio de paradigma planteado en este artículo es sólo una parte, y que actualmente ha comenzado a darse en las siguientes direcciones:

-La creación de comunidades humanas con sueños y objetivos comunes para la restauración de los lazos comunitarios, necesarios para la salud de las personas y el planeta. El desarrollo de relaciones dinámicas de apoyo y cooperación entre estas comunidades, para la consolidación de una auténtica red de tejido social integrador.
-El respeto por los procesos orgánicos de autorregulación, en la consciencia y cuidado de la salud física y psíquica. La eliminación progresiva de las intervenciones agresivas en éstos, procedentes de la medicina, la programación escolar, el trabajo, o las normas sociales de convivencia estipuladas en diversos ámbitos. La protección de los espacios naturales de las agresiones urbanísticas e industriales, en la consciencia y cuidado de la salud planetaria.

-El desarrollo tecnológico no entrópico, integrado y que no provoque un alejamiento de la naturaleza. Recuperación de tecnologías tradicionales y desarrollo de otras nuevas en campos como la permacultura, la bioconstrucción, o las energías libres.
-El regreso al medio rural, o bien la transformación del medio urbano de forma que recupere el contacto con la naturaleza y formas comunitarias de organización y convivencia, que es la única manera de no caer en una espiral ascendente de generación de entropía (basura, toxicidad, enfermedades crónicas).
-El trabajo personal y grupal para la desmecanización y desintoxicación de cuerpos y mentes, la liberación de la percepción y la sensibilidad, y la restauración de la salud. El trabajo por la reconexión con el pulso de la Madre Tierra y la recuperación de la consciencia y funciones del útero y la sexualidad materno-infantil.
-El trabajo personal y grupal para la sanación de todas nuestras relaciones, con las personas y con la naturaleza.

Y para terminar, dos apreciaciones personales. La primera es acerca del trabajo personal de desmecanización, desintoxicación, y sanación de las relaciones. Desde mi perspectiva lo concibo, igual que Reich, básicamente como un trabajo de desbloqueo. Si es cierto que eso que se ha venido llamando fuerza vital, orgón, Qi, o amor universal, es una energía que desata movimientos en contra de las fuerzas inerciales de destrucción y degeneración, entonces la clave del trabajo es la descongestión de todo aquello que bloquea de su flujo. Todo lo demás, vendrá dado.

Por último, quisiera resaltar un aspecto particularmente bello del paradigma de la organicidad (o, como también se ha denominado, ecología profunda), y es su total y absoluto universalismo. En las tradiciones más ancestrales de nuestros lejanos antepasados la salud no se concibe como algo aislado, sino como la salud de la Tierra y todos los seres que en ella habitan, sin hacer distinción entre seres humanos, plantas, y animales. Así lo representan expresiones que han llegado hasta el presente:
Por todas nuestras relaciones (Rezo universal de la Rueda de Medicina de los nativos americanos)

Que todo el mundo sea feliz. Que todo el mundo esté sano. Que todas las cosas sean santas. Que nunca haya desarmonía de ningún tipo, en ningún lugar. (Rezo ayurvédico)
El sentido y mensaje de estos rezos es exactamente el mismo que lanzó Wilhelm Reich al decir la autorregulación es posible y susceptible de una expansión universal. En el apoyo de este mensaje y este rezo se cierra el presente trabajo.
Por todas nuestras relaciones.
Vistabella, 10 de abril de 2009.
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Notas:
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[25] La física contemporánea es prolija en cuanto a publicaciones relativas al descubrimiento de nuevos tipos de materia y energía, si bien se mantienen, al igual que la física cuántica, en un campo de estudio abstracto sin aplicaciones aparentes. Muchos de estos hallazgos reproducen los resultados de Reich (confirmados en varias ocasiones por investigadores independientes), pero se describen con otra terminología mientras que la energía orgónica sigue sin reconocerse (DEMEO, 1986).
[26] Estamos acostumbrados a realizar una división radical entre “mundo concreto”, donde incluimos la materia y la energía, y “mundo abstracto” donde incluimos la información. En los sistemas filosóficos tradicionales más antiguos, en cambio, encontramos un “no dualismo” profundo en el que todo lo que existe es material, si bien se organiza en diferentes niveles de sutileza o materialidad (VIVEKANANDA, S. 2002, OUSPENSKY, V. 2001).
[27] Aunque puede darse el caso, este tipo de maniobras de prevaricación no son necesariamente producto de un diseño consciente. Según el principio ya explicado, una vez asimilado el paradigma por una persona, lo reproducirá e incluso lo defenderá de la manera más sutil sin tener porqué comprender el significado de lo que está haciendo.
[28] Probablemente la única región geográfica con menor diversidad cultural que Europa corresponde a los Estados Unidos de América, si descontamos los últimos resquicios de culturas indígenas autóctonas no desintegradas en Alaska y los estados del suroeste. En un radio de 500 km, países como España o Reino Unido presentan mucha más diversidad de acentos y rasgos culturales que en EEUU a lo largo de miles de kilómetros.
[29] Las llamadas “minorías étnicas” que conforman los inmigrantes no pueden ser incluidas en un concepto de diversidad orgánica, ya que sólo se integran en la medida que pierden sus raíces culturales más profundas. En cuanto a los elementos de remotos sistemas de conocimiento procedentes de culturas orientales (ya que en occidente apenas a quedado rastro de ellos) a través del fenómeno “New Age”, en términos generales tampoco se está dando de forma armónica. Al basarse en un lenguaje y código interpretativo completamente diferente al nuestro, a menudo se comprende parcialmente o se tergiversa por completo su sentido, lo cual ha dado pie a su explotación mercantil, el vampirismo sectario, y el reciclaje de muchos de sus principios, que erróneamente comprendidos pueden ser muy peligrosos, para el fortalecimiento de la sociedad de consumo, el individualismo, y la competencia. Nítido ejemplo de esto es la película “El secreto” que ha gozado de una gran difusión (ORTEGA, J. 2008).
[30] Haciendo uso del socorrido principio de Goebbles, por el cual se convierte en verdad cualquier estamento que se repita el número suficiente de veces, la explicación que los medios han difundido a la innegable crisis de la entropía, (normalmente referida como “agotamiento de los recursos”) es que es consecuencia de la superpoblación (en una lógica similar a la que sitúa la invasión bacteriana como causa de la enfermedad), y por tanto el problema proviene de los “países en vías de desarrollo” por su acelerado crecimiento poblacional, mientras que en los nuestros la población es estable. La realidad es justo al contrario, pues son los países en que más se ha desarrollado el progreso los principales generadores de entropía, tanto en su propio territorio como en el ajeno a través del neocolonialismo de las grandes corporaciones transnacionales. En una estimación conservadora, los 1100 millones de hindúes juntos contaminan y consumen cinco veces menos recursos que los 300 millones de norteamericanos, siendo el hindú promedio casi 20 veces menos entrópico que el americano promedio.

[31] También podemos hablar de toxicidad en los planos más sutiles, aunque en el lenguaje moderno carecemos de la terminología adecuada para ello. Tomando prestado el concepto de los sistemas de conocimiento tradicional de la India, en ocasiones se ha empleado el término carga kármica de un producto, análogo al concepto de huella ecológica, en referencia a la totalidad del sufrimiento humano, animal, y de la Tierra generado en todas las fases de su producción, procesamiento, y transporte.

[32] Contamos con abundante documentación histórica y antropológica de que los pueblos recolectores-cazadores, y en general las culturas sostenibles que no viven en condiciones extremas, necesitan un aporte calórico y nutricional mucho menor que el nuestro para gozar de una perfecta salud. En palabras de Bartolomé de las casas, testigo de los primeros años de la colonización de América, Lo que basta para tres casas de a diez personas cada una un mes, come un cristiano y destruye en un día DE LAS CASAS, B. 2005.
[33] Evidentemente, esto es una simplificación (tomada con licencia didáctica). En la vida real la problemática puede llegar a ser muy compleja, y su solución puede tomar una gran diversidad de caminos. La destrucción microbiana por intoxicación no soluciona la causa del problema, pero puede salvar situaciones momentáneas.
[34] Las ciencias tradicionales china e hindú coinciden con la orgonomía reichiana en que la desvitalización puede ser descrita como un bloqueo en el flujo de la energía sutil universal (orgón, Qi, chi, o prana). El flujo natural de esta energía mueve en contra de la inercia termodinámica, en sentido autorregulador y reductor de la entropía.
[35] Este tipo de correspondencia fenomenológica estaba muy presente en los códigos interpretativos de las ciencias de la antigüedad (que como hemos dicho han sobrevivido, al menos en parte, en oriente). La ciencia egipcia aludía a ella en la segunda de sus “siete leyes universales” que conformaban el kibalion. Se trata de la “ley de correspondencia” entre el todo y las partes y entre los distintos niveles de materialidad, que se describía en paráfrasis con la máxima “como es arriba, es abajo”. El observador atento podrá percibir como este principio no dualista impregna todo el desarrollo del presente trabajo.
[36] Nuestra psique comprende, como las culturas ancestrales, que el cuerpo se forma dentro de la madre, es su fruto. Cuidar el cuerpo es honrar a la madre ¿qué puede hacer más feliz a una madre que el que sus hijos e hijas estén sanos y felices?


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